Las hijas de la Nueva Era: neochamanismo y terapias neoreichianas
Por Miguel Ángel Pichardo Reyes
Director de AlterSoma
Desafortunadamente el chamanismo ha sido objeto de estudio de la antropología y la etnografía, objetivando a partir de los cánones académicos especializados un conocimiento tan arcaico que escapa al paradigma científico hegemónico. Sin embargo, más allá del chamanismo académico que se centra en ciertos personajes y figuras destacables, el chamanismo es una cosmovisión compartida por millones de personas que pertenecen a los pueblos originarios.
En este sentido, a decir de Jacobo Grinberg, el chamanismo es la conciencia colectiva del misticismo indígena. Sería ingenuo pensar en un conocimiento chamánico puro, pues todos los procesos culturales se han formado a partir de interacciones y flujos de conocimiento que se han incorporado a las diferentes poblaciones. Esto nos hace relativizar históricamente esa memoria colectiva de la cosmovisión chamánica. El México mestizo surgido de la conquista, la independencia y la revolución se encuentra impregnado de esta memoria colectiva a través de sus creencias, mitos, cuentos, leyendas, pero también del sentido común, de las prácticas religiosas, y en muchos casos, de sociedades secretas o discretas de brujos chamanes.
Mucho se ha escrito sobre el “verdadero chamán”, que debe de cumplir con ciertos criterios, pruebas, linajes, códigos, etc. La antropología ha intentado reducir el chamanismo a todos aquellos que cumplen con los criterios antropológicos de la academia. Y todo aquel que no cumpla con estos “certificados” son considerados charlatanes, falsos chamanes. El tema ha escalado a tal punto que se habla de “robo cultural”, al tomar, adoptar y adaptar ciertos elementos del chamanismo fuera de su contexto cultural.
Más allá de este reduccionismo metodológico del estudio académico del chamanismo, lo cierto es que el chamanismo es más que los chamanes de linaje, el chamanismo es un campo colectivo de sabiduría que corre por nuestro inconsciente colectivo. A partir del movimiento de la Nueva Era, la contracultura y los hippies, surgido durante los años 60´s en San Francisco, California, se inició un proceso de apertura, conocimiento, asimilación y síntesis de diferentes sabidurías, entre ellas, el chamanismo.
Le debemos a Carlos Castaneda la reivindicación del chamanismo como un movimiento contracultural democratizador de la sabiduría ancestral. Posiblemente Carlos Castaneda sea el neochaman más conocido y quien llevo esta sabiduría a grandes sectores de la población.
El neochamanismo se descentra del chamanismo objeto de estudio de los etnólogos y antropólogos culturales, pues el neochamanismo surge como un movimiento contracultural urbano, donde el mestizo occidental será el principal protagonista. Este aspecto ha generado mucha urticaria en los estudiosos del chamanismo académico, pues lo consideran un tipo de charlatanería y pseudo chamanismo, al no cumplir con los criterios que dictan su metodología para el estudio académico.
En este sentido, el neochamanismo no es tanto un fenómeno antropológico, cuanto sociológico y espiritual. El chamanismo como memoria colectiva inconsciente nunca se ha ido, siempre ha estado, aunque oculto en diferentes dimensiones de la cultura popular. El despertar del chamanismo colectivo como movimiento contracultural urbano puede ser leído como un intento de recuperar la sabiduría ancestral e integrarla a la vida contemporánea. Otra lectura más arriesgada, supone el despertar del chamanismo colectivo como la posibilidad de encontrar a nuestro propio brujo-chaman interno.
Más allá del robo cultural, de la charlatanería y del esnobismo académico, el neochamanismo se perfila como un movimiento espiritual urbano a través del cual muchas personas descubren la sabiduría ancestral como una vía de autoconocimiento, sanación y transformación personal y colectiva. Desde los danzantes, temazcaleros, psicodélicos de las medicinas sagradas, el canto-medicina, las mujeres-medicina, los abuelos, hasta los talleres de sanación, el neochamanismo desborda por mucho la visión romántica y mítica del chamanismo en tanto objeto de estudio académico de la antropología cultural.
El movimiento neochamánico es tan amplio y difuso que es difícil aún restringirlo a nuevos parámetros académicos, se trata de un movimiento creciente, cambiante, dinámico, y que se va mezclando de distintas técnicas y conocimientos, muy al modo del Movimiento de la Nueva Era.
Pareciera ser que, a las instituciones, ya sean religiosas o académicas, les genera un rechazo inmediato el Movimiento de la Nueva Era. En muchos círculos y ambientes religiosos o académicos es común utilizar el término de “Nueva Era” o “New Age” como una forma de descalificar algún tipo de práctica, reflexión, creencia o grupo. Se tiende a asociar a la Nueva Era con una amalgama de ideas y conceptos, descontextualizando creencias e intercambiando de forma arbitraria técnicas disímiles. Pareciera que la Nueva Era se encuentra en un constante oxímoron, una contradicción intrínseca que no supera la más mínima revisión teológica o académica.
En este momento cabría preguntarse si este juicio realizado a la Nueva Era, de amalgama de creencias superficiales sin sustento, pueda ser un prejuicio contra este movimiento. Es verdad que muchos de sus adeptos realizan exactamente este tipo de prácticas y creencias, ¿pero no sucede lo mismo con todos los movimientos colectivos? ¿Acaso los feligreses populares de las grandes religiones y tradiciones de sabiduría no caen en los mismos excesos y carencias? El Movimiento de la Nueva Era, al igual que cualquier movimiento cultural, se encuentra con un nivel de incoherencia teórica, de lagunas y contradicciones, pues se trata de un movimiento relativamente reciente, conformado por una extensa diversidad de personas y culturas, sin dogmas o líderes visibles. Este aspecto, si bien da lugar a una laxitud en las creencias, a su vez, constituye la fortaleza del movimiento, la capacidad de la autogestión del conocimiento.
El Movimiento Neochamánico se encuentra vinculado con las terapéuticas de la Nueva Era. Las Psicoterapias Corporales Neoreichianas surgen en el contexto de la contracultura, el movimiento hippie, la psicodelia y de la espiritualidad de la Nueva Era. Esto es así porque básicamente ninguna institución académica o religiosa establecida dieron cabida a este tipo de psicoterapia. Fueron los propios psicoterapeutas corporales Neoreichianos quienes generaron sus propios espacios, sus organizaciones y sus instituciones, claramente fuera y al margen de los centros culturales y religiosos.
Existen múltiples vasos comunicantes entre las psicoterapias corporales neoreichianas y las terapéuticas neochamánicas. De tal forma que varios psicoterapeutas neoreichianos experimentaron viajes y experiencias chamánicas y neochamánicas, y estas a su vez influyeron en su práctica psicoterapéutica, de igual forma, muchas personas que experimentaron las terapéuticas chamánicas o neochamánicas empezaron a ser afines a las terapias neoreichianas. El caso de la Ontogonía, desarrollada por Carlos De León, es un claro ejemplo de estos vasos comunicantes, aunque no el único.
La terapéutica AlterSoma es otro caso de síntesis entre las terapias neoreichianas y las experiencias neochamánicas. En este caso no se trata de la incorporación total o parcial de una tradición chamánica, como lo ha sido en otros casos, sino de una visión basada en la experiencia mística y extática a través del trance, inducido por música, danza, contacto y catarsis. En este sentido el neochamanismo de las terapias psicocorporales de AlterSoma es el producto de una búsqueda colectiva que se traduce en una experiencia extática del Espíritu, la cual es leía a la luz de la literatura neochamánica.
La terapéutica psicocorporal neoreichiana surge de ese contexto sociocultural que fue la contracultura, la psicodelia, el movimiento hippie y la Nueva Era. Esalen y Poona fueron los grandes laboratorios donde confluyeron Huxley, Osho, Perls, Painter, Lowen, Kelley, entre otros. Esta “amalgama” de autores y corrientes se cocinaron durante dos décadas, aproximadamente desde inicios de los 60´s hasta inicios de los 80´s. En estas dos décadas se dio una apertura sin precedentes en diferentes corrientes de la psicoterapia, la filosofía, la espiritualidad y la cultura. Chamanes, brujas, yoguis, masajistas, hinduismo, zen, alquimia, teosofía, parapsicología, etc. Esta emergencia tan amplia, de tantos temas, de tantas técnicas, de tantas corrientes de filosofía, sabiduría y espiritualidad, es lo que desconcierta a sus detractores.
La terapia experiencial (psicocorporal) de Stanislav Grof y su relación con la psicodelia, la terapia psicocorporal de Carlos De León y su relación con el chamanismo, o la perspectiva psicocorporal de Jacobo Grinberg con el estudio fisiopsicológico de los chamanes, sin mencionar las conexiones entre el chamanismo tántrico y la psicoterapia corporal de Aneesha Dillon, son algunos de los ejemplos que se encuentran en la línea del método AlterSoma con el neochamanismo, las terapias psicocorporales neoreichianas, el trance, el neotantra y el masaje.
Sin temor a equivocarme, al igual que el neochamanismo, las psicoterapias corporales neoreichianas, junto con otras terapias holísticas y alternativas, son hijas del Movimiento de la Nueva Era, ellas son las hijas de este movimiento que ha fructificado y madurado durante más de cuarenta años. Quizás sea momento de reivindicar el Movimiento de la Nueva Era como una perspectiva filosofíco-esotérico-terapéutico-espiritual con la misma seriedad que otros movimientos culturales.
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